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ISSN 1989-4163

NUMERO 38 - DICIEMBRE 2012

¿Cómo Están Ustedes?

Itziar Mínguez

Hoy en día sería difícil responder en sentido positivo a la famosa pregunta que marcó la infancia de miles de niños en los años 70. Una pregunta que ha calado en generaciones venideras al igual que lo hicieran las canciones de los famosos payasos de la tele. No podía ser de otra manera. A la pregunta: “¿cómo están ustedes?”  sólo había una respuesta posible: “bien”. Que nos lo pregunten hoy. No sé si habrá alguien que pueda decir “bien”; bueno, sí, hay muchos que pueden decir bien, precisamente los causantes de que todos los demás solo podamos responder: “mal”.

Yo creo que Miliki se ha ido por eso. Al ver que ese “bien” que sonaba a jolgorio y a fiesta se ha convertido en una unánime cacerolada a las  puertas del congreso, de los bancos, de las escuelas, de los hospitales. Estamos fatal. Y lo malo no es lo mal que estamos sino la certeza de saber que vamos a estar peor todavía. Y claro, Miliki, acostumbrado a hacer felices a tantas generaciones ha preferido marcharse antes de ver hasta dónde somos capaces de llegar. Si hay más fondo debajo del fondo que hemos tocado y si, aún después de eso, seguimos siendo capaces de cavar, no en busca de petróleo ni de soluciones sino en busca de un lugar donde esconder nuestra cabeza, como avestruces.

Peor que mal estaba quien, ante la inminente llegada de los que vienen a echarla de su casa, decide tirarse por la ventana, ante la asombrada mirada de sus vecinos y congéneres, incluso de su propia familia. Sucedió en mi ciudad, Barakaldo, puesta tristemente en el foco de la actualidad. Eso sí, por una vez, parece que el famoso granito de arena se convirtió en desierto donde miles y miles de voces predicaron una solución que, aparentemente, no ha tardado en llegar. Me pregunto por qué no antes. Por qué lo que nos dicen imposible se convierte en viable de la noche a la mañana. Creo que los que pueden –me refiero a todos los que ostentan el poder- le han visto las orejas al lobo, han pensado que con dos tapas de cazuela podemos poner patas arriba las leyes que son injustas y, claro, se han acojonado.

Hay dos voces, las dos de mujer, que en estos días se han alzado por encima de las demás, por encima también de la sinrazón y que a más de uno, nos ha obligado a agachar la cabeza ante la conciencia de tanta inacción. Una voz fue el grito silencioso de Amaia Egaña que saltó por la ventana en el mismo momento en que la autoridad competente entraba en su vivienda para ejecutar el desahucio. La otra es la voz de Ruth Ortiz, su grito desesperado, suplicando -con la serenidad que solo puede dar el dolor- que le devolvieran los restos de sus hijos, asesinados tan presunta como brutalmente  por el desgraciado de su marido: “Yo los parí y yo tengo derecho a enterrarlos”.

Con este panorama va Miliki y se muere. Sin poder escuchar el sonido de todos aquellos a los que nos hizo tan felices respondiendo ¡bieeeeeeeeeeeeeeeen! a esa famosa pregunta que hoy es mejor no formularse.

¿Cómo están ustedes?

 

 

 

 

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